La habían mandado a Madrid desde otro centro, castigada. Cuando pregunté por qué la habían castigado, me dijeron con tono de paciencia: “Porque es insoportable.” Unos segundos después completan algo la información: “Lo último que ha hecho es descolgarse del primer piso, agarrándose a una contraventana.” Me pareció desde luego bastante peligroso. Las dos estábamos en el mismo curso, con 16 años o 17. Así que rápidamente nos juntamos. Las dos grandes, de la misma estatura. Yo con mi melena castaña, me cansaba de oír “Átese el pelo”. Ella llevaba el pelo corto, algo ondulado, rubia con la cara angulosa y los ojos azules. Cuando terminaban las clases las internas nos íbamos a las clases de abajo a estudiar. Una de esas tardes, en una clase vacía de primaria, estábamos ella y yo solas, y cada una a lo nuestro. Alix parecía muy concentrada en su libro, con la mano apoyada en su frente. Pero… me fijo mejor en ella. No para de moverse. Su mano está clavada en su frente, pero no está precisamente devorando las páginas de su libro, se está frotando una y otra vez con la silla. No digo nada, solo la observo. Y cuento. No recuerdo a cuánto llegué, pero aquello no paraba. Sabía perfectamente lo que estaba haciendo, solo que yo lo hacía de otra manera. Me hizo gracia la situación y además me pareció que esa voracidad podía ser otra de las razones del castigo. No le dije nada, no creo que creyera que nadie se daba cuenta de lo que hacía, desde luego. Fijo que ya la habían castigado por eso. Nos llevábamos muy bien, y me parecía totalmente normal y muy divertida. A veces te castigan por divertirte. Ella tenía una habitación para ella sola, aunque con una cama libre. Yo estaba con otras dos chicas. Así que algunas noches me iba a su habitación a charlotear, cuando las monjas estaban dormidas como troncos. Compartíamos bolsas de chucherías a altas horas de la noche. Teníamos la costumbre de hacernos cosquillas en los brazos, nos turnábamos. Una estiraba el brazo y la otra lo acariciaba con los dedos durante un rato, quince minutos o así. Se hacía larguillo cuando te tocaba a ti trabajar. Normalmente lo habíamos a distancia, cada una en su cama, con el brazo colgando. Pero como estábamos solas, no pusimos las dos en su cama. Cuando le tocó a ella hacerme el masaje, cambia de trayectoria, desliza la mano bajo mi pijama, y va subiendo por el pecho, empieza a acariciarme muy despacio… La miro de pronto, con sorpresa, y me está diciendo con los ojos “si te gusta… sigo…” Pues seguimos. Aquella mano siguió en mi pecho y me encantó. Continuó un rato, yendo de uno a otro, pellizcando y rozando mis pezones, eso era mucho mejor que lo del brazo, mucho mejor… La cosa siguió subiendo de nivel, hasta que su mano se fue metiendo por mi pantalón, para mi deleite, y ella se fue pegando más a mí, incorporándose hasta tener su cara a la altura de la mía, invitándome a besarla, cosa que hice. Aquello seguía sumando. Empezó a tirar de mi pantalón, así que me entendí que era interesante que me quitara del todo el pijama, y ella empezó a hacer lo propio. Cuando ya estábamos las dos desnudas, no metimos juntas entre las sábanas. Aquello era un cúmulo de sensaciones, que yo ya sospechaba por el efecto que me producía hojear algunas revistas que me encontraba escondidas en casa. Las imágenes de una mujer desnuda no me decían demasiado, pero en aquellas en la aparecían dos mujeres juntas y desnudas, pegadas, rozándose, a veces mojadas…, esas fotos tenían otro efecto. Alix era corpulenta, con la piel muy blanca, como yo. Al quitarse el pijama dejó al descubierto sus grandes y estupendas tetas, contra las que me encantó frotar las mías, y más cosas…