UXUE BENGOA

Con Darío en la ducha – Pt 2

Vaya, ya casi estamos llegando. Salimos a la calle, en la estación de Latina. Hace mucho que no piso por aquí, al menos siete años. Al salir el panorama madrileño ha cambiado totalmente, predominan los...

Vaya, ya casi estamos llegando. Salimos a la calle, en la estación de Latina. Hace mucho que no piso por aquí, al menos siete años. Al salir el panorama madrileño ha cambiado totalmente, predominan los rostros árabes y sudamericanos, hay cubos de basura circulando libremente por algunas calles y bolsas.  Es otro tipo de barrio, me mira atento, como si me viera fuera de sitio. Parece sorprendido de lo cómoda que me siento, saliendo de mi zona de clase media, según mi gusto de las más deslavadas e insípidas del centro de Madrid, pero cómoda para mí hasta el momento. Hay un olor denso, mezcla de la suciedad, comidas tradicionales de varios tipos, muchas voces y algún grito que otro. Cuando entramos en el portal, al lado de los buzones, en un patio, es donde guarda la moto. Tiene el baúl de atrás forrado de cuero y tachuelas. Me gusta. Es el último piso, no hay ascensor. Ya veo. Aquí hay muchas casas sin ascensor. Lo sé, respondo. Conozco la zona. Mejor de lo que piensas. Yo también he vivido por aquí cerca, le comento.  Me mira y se sorprende.  No tenía ascensor, y sin calefacción. Sonríe, sí, la mía es eléctrica. Parece que se siente a gusto. Según subimos, la escalera es a veces tan empinada que en la bajada parece que vas casi de cabeza. Qué recuerdos. En las paredes hay  testigos de yeso sobre alguna que otra raja, que vigilan la seguridad de la estructura, de madera. Llegamos al último piso, solo un cuarto. Abre la puerta, el apartamento es medio abuhardillado, por lo que tenemos que tener cuidado con la cabeza en algunas zonas. 

Deja la bolsa de deporte en una estantería según entramos. Hay una sala de estar con cocina abierta y un balcón a la calle. En frente, el baño. Me enseña el dormitorio, la cama sin hacer, y alguna prenda en el suelo. 

Vamos a comer algo, dice. Pizza, por ejemplo, y se ríe. No la encarga, la hace él casera, y tiene una preparada. Ya sé que sabe cocinar profesionalmente. Mientras él abre la nevera y demás, miro las fotos de su familia. Le he visto con su madre y con su hermana de visita en el gimnasio. Un hombre si es afectuoso con las mujeres, y equilibrado, tiene su razón de ser. También hay una foto de un niño pequeño, sé que es su hijo. Está en Colombia con su madre,  y él por la distancia ni lo puede ver regularmente, ni lo va a criar. El tema le duele, me lo ha contado estando en mi casa. 

Cenaremos la estupenda pizza casera y cerveza. De postre helado de fresa, también hecho por él, me informa. Las fresas son afrodisiacas, le digo. Yo no lo necesito, sonríe. Ya me imagino.

Puedes fumar si quieres. Ya me ha entendido, esta tarde le he visto lo ojos. Si quieres preparo una bandera luego, me dice. No me apetece, creo que refuerza los sentidos y prefiero saber lo que es real y lo que no. Quiero sentirlo todo tal y como es. 

Coloca los cubiertos en la mesa, despacio, y le ayudo. Hace unas semanas se sintió molesto porque le pedí que me colocara un enganche en una máquina, y lo noté enseguida. Te he pedido que lo hagas porque tú lo tenías en la mano. Pensó que yo quería hacerle sentir como un empleado. Nada más lejos de mi forma de ser, le dije. Me gusta aclarar las cosas rápido, las oportunidades de crear malentendidos son infinitas. 

Nos sentamos a la mesa, empezamos a comer, y seguimos charlando. De pronto se hace un gran silencio. Me sorprende que estemos sentados comiendo y no haya pasado nada todavía. Creo que está dejándose a sí mismo sentirse confortable en su territorio. Desde aquí se ve la habitación, mira hacía allí y dice: voy a cambiar las sábanas, lo hice hace dos días, pero cuando traigo una chica… Entonces no te molestes, por mi están limpias. Sonríe, y mira su plato muy serio. Creo que todavía no tengo hambre, dice de pronto. ¿Has visto mi dormitorio? dice con picardía. No del todo, voy a dar otro vistazo.

Entro delante de él, obediente yo. También es medio abuhardillado. Mejor que te tumbes, porque puedes darte en la cabeza en cualquier momento, me agarra de los brazos, me obliga a sentarme y me empuja hacia atrás. Por fin. Creo que cambio esto por la ducha.

Le dejo hacer, ya compartí con él la historia en la que le ataba y me dijo medio en broma medio en serio… que era presumida, y confundió la iniciativa con ser dominante, según creo. Así que mejor le dejo hacer, no quiero que se sienta pisoteado por una mujer tan “agresiva” como yo… Y de paso me dejo… me dejo besar, dejo que se recueste encima de mí, qué bien me sabe esto…, dejo que me abra la camisa, y ahí se queda un buen rato. Sigue sorprendiéndome positivamente. Tengo que cogerle la mano, y la dejo al lado de mi escote, entonces ya se atreve a meter los dedos. Menos mal.  Me gustan sus manos, como me gustan las manos… La verdad que hace calorcito aquí, o soy yo que estoy ardiendo. No puedo más y desabrocho mis pantalones, por el calor, pero él se solidariza conmigo enseguida y no solo me ayuda a quitármelos, sino que él mismo se quita los suyos. Qué bien. Me quedo con la ropa interior, lencera. Las chicas no suelen usar tanta lencería, yo misma no la he usado tanto como ahora. Debajo de los pantalones de algodón y una camisa llevo lencería negra, me gustan los contrastes. La cosa sigue así durante un rato, sin quitarnos la ropa interior, pero ya hurgando a ratos dentro de ella. No tenemos prisa. Me gusta rodar en las sábanas en las que ha dormido él antes. Mete su mano por mis bragas, sobre mi trasero, y lo acaricia entero. Sé lo que le gustan los traseros y cuántas veces mira el mío, y no solo el mío. Es su debilidad. Al mismo tiempo yo me deslizo dentro de su slip, ya tengo ganas de tomar medidas. Más o menos ya adivino las dimensiones, es fácil con la ropa deportiva, pero ahora que está despierta veo más claro. Le agarro y  le estimulo, pero con mucho cuidado porque estamos los dos bastante vivos y no queremos que se dispare la cosa demasiado rápido. Me gusta tener su boca metida en mi cuello, tenerlo pegado a mí, yo con las piernas abiertas, con la ropa interior todavía puesta, porque si no la llevara sé que ya estaría dentro de mí y todavía no quiero. 

Sigo dejando que toda la iniciativa la lleve él. Creo que es lo mejor, y le gusta llevar las riendas, así compensa la diferencia de edad. Por fin me quita el sujetador, con mucho cuidado. No pienso hacer nada, no sea que se moleste. Me doy la vuelta y me quedo de espaldas, a ver qué hace. Me coge por detrás y se pega a mí. Me gusta oírle resoplar. Noto su miembro pegado a mi trasero. Mete sus labios en el interior de mi nuca, mientras desliza su mano en mis bragas, sigue haciéndolo como pidiendo permiso, dando un pequeño paso cada vez. Me gusta ese cuidado, cuando se le da tanta importancia a cada movimiento. Entonces empieza a bajarse el slip, como para dar ejemplo. Ya se lo ha quitado. Quiere que le mire, eso hago. No digo nada pero le hago ver que me gusta lo que veo, sin darle más importancia.  No pienso mover un dedo, Darío, todo el trabajo es tuyo, que luego te pones muy susceptible. Ahora sabe que tiene permiso para bajarme las bragas, y así lo va haciendo, muy despacio. 

Ahora tengo un poco de frío. Me meto debajo de la sábana blanca, en realidad solo quiero seguir jugando un poco.  Me vuelvo a poner de espaldas, esta vez se pega a mí, pero su miembro se queda entre mis piernas, las cierro para encajonarlo, le gusta. 

Me doy la vuelta, creo que es el momento. Ya enfrente de él se vuelve a pegar a mí, se queda entre mis piernas y le agarro fuerte. Insisto, hoy lo haces todo tú, es tu castigo por no entender mis historias, sobre todo cuando es de las más delicadas que he escrito. 

Me agarra del muslo izquierdo y coloca mi pierna por encima de la suya, ahora la vía está expedita. Lo noto hurgando sin acertar bien del todo, y yo sigo sin mover un dedo. Sonrío pícaramente, y entonces él mismo con su mano se pone en la dirección adecuada y poco a poco se va abriendo camino, mientras me mira de frente, muy serio. 

No retrocede ni por un momento, pero muy despacio voy sintiendo cada milímetro que avanza. Cuando llega al final, se queda inmóvil unos segundos, y entonces empieza a moverse muy despacio, no hay que hacer casi nada porque los dos estamos fuera de la tabla desde hace rato. Mientras se mueve me sigue mirando, como el que está haciendo algo muy trascendente. Creo que sí lo es. El placer me recorre de arriba abajo, y veo sus ojos de satisfacción, que me observan respirar, jadear, sin que tenga que moverse más que un poco, poco a poco.

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