Vaya, parece que hemos vuelto a coincidir. Yo por aquí con mis aparatos, llevo un rato viéndole circular delante de mí. Es tarde, son casi las ocho, llegué hace una hora, y abajo él tenía varias sesiones agendadas. Así, que como es habitual cuando esto ocurre, empieza a circular por toda la sala con su coachee de turno, delante de mí. Me saluda con una gran sonrisa, da igual con quién esté. Darío sonríe a todo el mundo, no solamente es encantador, también sabe hacer sentir a gusto a la gente a su alrededor. Pero la sonrisa que hace conmigo es algo más, tiene algo de timidez. Antes se sentía algo incómodo, pero ya hemos hablado de esto. Lo que es natural es natural. Otra vez me hace una corrección sobre mi forma de tirar de los brazos hacía atrás: “pégate al tope, procura bloquear el pecho y usar solo los brazos, si no estás dañando tu espalda”. Creo que cuando pase volveré a hacerlo mal a ver si me coge de las manos y me dice exactamente como echar los brazos atrás… “No, no he terminado en esta máquina. Ahora cuando la deje te digo”, le respondo, porque parece que la necesita para su pupilo.
Ya son bastante pasadas las ocho y me voy a ir a casa. Pero el gimnasio está casi vacío, y él está todavía por aquí, a lo mejor le toca cerrar, pienso. ¿Cierras tú? Sí, me dice con una sonrisa. Ahí está, dedicado a hacer sus ejercicios. Noto que se agobia cuando tiene muchas clases juntas y no puede entrenar lo que él quiere. Es delgado de constitución, creo que con la mitad de músculo estaría igualmente bien, pero él quiere mantener el nivel. Creo que me voy a quedar hoy un poco más, esto está muy vacío. Mmmmm
Me cambio de planta y le dejo solo abajo. Arriba no hago más ejercicio, me dedico a mirar mi correo y a ver el periódico desde mi móvil. Todavía quedan algunos clientes en la planta superior, pero ya no hay más personal del gimnasio, solo él, abajo. La puerta no necesita vigilancia. Tienen un excelente sistema de cámaras y los torniquetes. En todas partes menos en los vestuarios hay cámaras, pienso. Bengoa, no te pases. Bueno, a lo mejor hoy puedo dejar volar mi imaginación un rato. Luego seguro que se ducha. Sé que siempre que puede lo hace antes de salir.
Me encanta la zona de vestuarios y los baños del gimnasio, son confortables y amplios. Me gusta cuando un sitio está bien equipado, y además está todo muy limpio. Da gusto cuando saben dar el confort que esperaras en tu propia casa. Por cierto, creo que voy a ducharme yo también hoy aquí. ¿Tengo lo que necesito? pienso mientras hago memoria de lo que llevo en mi bolsa. Sí tengo todo. Así que vuelvo a bajar y me meto en los vestuarios de mujeres.
Mientras me ducho, pienso en la costumbre que he cogido últimamente de no esperar colas y de entrar en los baños masculinos. Esto es otra cosa nueva mía. Cuando me encuentro en un sitio donde veo que no hay baños libres, y a veces hay una cola tan grande de mujeres esperando… Ya no espero si no es imprescindible. Y si hay un aseo separado de hombres casi nunca es necesario. Hace unas semanas lo comentaba con un conocido con el que estaba en La Flaca. Lo haces porque sabes que no te van a decir nada. No, no les da tiempo, entro a capón en el baño y voy directa donde tengo que ir, poniéndome una mano a modo de parapeto para no ver qué hay en el lateral, si hubiera algún varón en la zona de líquidos… a veces hay alguno, y se sobresalta un poco. No me han dicho nada hasta ahora, pero quizás alguno me espete algún día. Probablemente me pasará, pero hasta entonces…
Mientras abro el agua sobre mi cabeza, fantaseo con la idea de entrar en los vestuarios de hombres hoy, pero por otro motivo. Entraría hasta las duchas, si supiera que está él dentro y solo. Hoy se va a dar el caso. En mi mente la posibilidad de hacerlo se hace cada vez más real. ¿Qué si me atrevo? Claro que me atrevo. De hecho creo que hoy me voy a atrever. Además sé que ha roto con su chica. La misma que me negó que tenía. ¿es esa tu chica, la rubita? No, me dice muy serio. “Yo no uso eso”. Vaya, bien, pienso. Luego la chica salió de debajo de la alfombra y se dio cuenta de que había algún pique entre nosotros. Primero se comportó con gran seguridad en sí misma, incluso coincidíamos en los aparatos y se dirigía a mí sin actitud de competencia. Bien, pienso, he aquí una chica que está segura de sí misma. Pero la cosa cambió cuando un día pasé al lado de los dos y él dio un respingo y una sonrisa incómoda, y ella por lo que vi reparó enseguida en que no era cosa mía, sino que también era de él. Ahí, su actitud cambió. No han roto por mí, no me considero relevante en lo suyo, ni mucho menos.
Ya ha estado en mi casa entrenándome, y lo más que ha habido ha sido contacto físico para darme indicaciones. Me encanta cuando se pone detrás de mí, pegado, sujetándome las manos mientras subo la barra, y siento también su aliento detrás. Se ha quedado a comer porque es un buen conversador y he aprovechado para pedir una pizza y cerveza, que sé que le gusta saltarse la dieta sana semanalmente. Sin más, da gusto hablar con él y verle reír. En mi casa siempre ha habido mucha gente a todas horas hasta ahora, además de una bonita poodle, así que… Es además profesional y precavido. Se agradece.
Salgo de la ducha, me seco un poco el pelo, me visto y me dispongo a salir. Salgo directamente a la zona de pesas, el vestuario masculino es contiguo al femenino. Veo la bolsa de Darío, sola, y oigo la ducha. Está dentro. Entonces simplemente entro en el vestuario y me siento en los sillones, a esperar. El agua para de caer y se vuelve a abrir, ya se está aclarando. Veo su móvil al lado mío, en el asiento.
No oculto que estoy algo nerviosa. Por fin se abre la puerta, y sale con la toalla anudada en la cintura. Estaba dudando si estaría alrededor de su larga melena, o como está. No ha habido suerte. Se queda paralizado mirándome, pero enseguida da unos pasos hacia delante. Si quieres me voy, le digo. Se queda pensativo, y dice, no, no, está bien… con ese deje colombiano.
Ahora sí que me ha puesto nerviosa. Está muy serio, parece pensar para sus adentros. Sé que no se deja llevar por los instintos básicos, eso es importante. Ya lo había observado, su cabeza manda siempre. Se acerca a los lavabos, dándome la espalda mientras coge un cepillo y empieza a desenredar su larga melena negra. ¿Quién queda arriba?, pregunta. Algunas clientas, digo. No dice nada. Le veo serio, y algo preocupado. Aquí no hay cámaras, le digo. Lo sé, contesta. Pero tengo compañeros que han tenido serios problemas por cosas así, muy serios. Juego las cosas se tuercen. Ya… respondo. Está bien, me voy. Me levanto y me dirijo a la salida del vestuario. Espera, me dice, no pasa nada. Siéntate, nos vamos juntos si quieres. Ok, digo. No pinta mal. Parece que tiene confianza en mí. Creo que la merezco, pero es cierto que él no tiene por qué saberlo. Sigue de nuevo un silencio, está pensando. Termina de vestirse y de recoger su pelo en una larga trenza, y se sienta a mi lado. Me mira muy serio, pensativo, como si mirara a través de mí intentando averiguar algo. No digo nada. Traga y se mueve visiblemente su nuez. Es un trago de miedo. Tengo que tener en cuenta que también es extranjero, tiene más respeto a cualquier tipo de problema. Lo entiendo.
Vente a mi apartamento, me dice, y me sorprendo. No tanto porque me invite, sino porque no me lo esperaba. Me sigue mirando muy serio, me mira a los ojos, me mira la boca y veo que su respiración es más fuerte. Aparta la mirada mientras pienso. Mañana tengo que levantarme a las cinco para coger el Ave y aprovechar el día. Primero mi cabeza de impecable organizadora de mediana edad dice no, pero enseguida mi otra mitad no racional, pirata ella, la que acaba de entrar en su segunda vida, piensa ¡qué narices!
Le digo que tengo que pasar por casa, me dice que me espera abajo. Sé que vive en Latina, hoy no se ha traído la moto, así que vamos a su casa en metro.
Qué bien poder hablar durante el trayecto. Ahora veo que se siente más tranquilo. Me gusta el control que tiene.
(continuará)