No me suelo fijar en los hombres jóvenes, de hecho, me resulta bastante difícil encontrar a un hombre atractivo.
Cómo empezó la cosa. Darío tiene treinta y cuatro años, es Coach en mi gimnasio. Me estoy divorciando, situación de vulnerabilidad emocional, pero de apertura al género masculino. Reparé en Darío porque me pareció llamativo: me hizo un par de correcciones mientras estaba en unos aparatos, muy amable y divertido. Transmite energía, su acento colombiano resulta muy atractivo en su boca, simpático, cálido. Lleva una trenza larga casi hasta la cintura y un pendiente de botón de acero con ojo negro en la oreja izquierda. Al verlo en el gimnasio pensé que era muy interesante, pero no le di más importancia: no es para mí, pensé.
Sin embargo, saliendo en verano del gimnasio, salía él veinte metros delante de mí con un grupo principalmente de compañeras de su edad, y se dio la vuelta para mirarme. Me di cuenta en ese momento que él había reparado en que yo iba detrás y quiso girar la cabeza. Yo caminaba con mis mallas de licra y mis gafas de sol de aviador, y mi pelo suelto. Estaba claro que quería mirarme. Tampoco le di más importancia, yo tenía otras cosas en la cabeza, entre otras también un encuentro de verano en unos días con un irlandés. Después lo seguía viendo los fines de semana. Dándome cuenta al entrar que se sentía nervioso en mi presencia, que físicamente le llamaba mucho la atención… Hay diferencia de edad, pero tengo la suerte de parecer más joven, algo aniñada, además de que mi actitud en general hacia la vida ha cambiado recientemente. Mi cambio vital me ha hecho darme cuenta de que produzco un efecto diferente en la gente, y también en los hombres. Me muevo de forma diferente.
Volvamos a él, dándome cuenta de que le gusto, llega un momento en que digo ¿por qué no? Entonces al entrar en el gym: mirada larga mientras él se queda embobado mirándome también, y él capta mi respuesta visual que dice “a mí también me gustas”.
Bueno, la cosa se pone interesante. Sigamos jugando.
Su forma de sonreír pretende enmascarar que está inquieto en mi presencia, a mí también me pasa. Es lo que ha diseñado la naturaleza para que detectemos con quién tenemos posibilidades, y funciona así desde la guardería hasta la sala de reuniones. A ver, tampoco nos montemos películas. Pero sigamos jugando, me apetece.
Estando allí en una hora en la que había poca gente en el gimnasio… Efectivamente, se acerca a la zona donde estoy haciendo ejercicios de máquinas. Estamos tres personas como mucho, cada una a lo suyo, y los otros dos son gladiadores… Atención, que aparece el macho joven haciendo alarde físico cerca de una hembra (¡yo!). Empieza a cargar discos encima de la máquina más pesada, que se empuja con las piernas, y venga discos, y discos, y más discos, haciendo mucho ruido, y no deja ni uno para los demás. Resopla como un toro, alarde de testosterona. ¡Cómo me divierte verle pasearse delante de mí (porque estamos solos en esa zona), con cierto nerviosismo por su parte. Hago como que no, pero estoy mirando sus piernas musculadas (lleva pantalón corto) y sus brazos. ¡Dios! Y esa trenza larga, y esa cara angulosa, con un cierto pinzamiento en sus labios carnosos (unos labios que denotan una clara sensualidad). Me estoy divirtiendo de lo lindo. Y venga a cambiar de máquina, a poner pesas, a resoplar como un Miura. … En el gimnasio hay chicas muy jóvenes y por supuesto con cuerpos perfectos. Pero soy yo el objetivo de tal exhibición de testosterona juvenil. ¡Me encanta!
Nunca me han gustado los hombres muy musculosos, pero reconozco que en este caso me atrae, pero por otros factores, porque aquí estoy rodeada de masa muscular. Tiene presencia, carácter, me parece muy personal. Es disciplinado, competitivo primero consigo mismo en extremo y después con los demás. Cuando está la sala llena, él está dando consejos aquí y allá, tiene imán y genera energía a su alrededor. ¡Bueno que me lo comería! A ver qué pasa…