UXUE BENGOA

El 4 de noviembre

Entro en casa, ropa por las esquinas, una maleta abierta abandonada de su último viaje, que volverá a vaciar y a llenar solo cuando sea necesaria...

Entro en casa, ropa por las esquinas, una maleta abierta abandonada de su último viaje, que volverá a vaciar y a llenar solo cuando sea necesaria. Paso a la cocina, tengo sed. Daniel hace aparición. ¿Vas a comer? Sí, esta tarde no voy a la agencia. Hay una presentación en un hotel, descanso, me arreglo y me voy. 

El sábado es tu cumpleaños. ¿Qué quieres? Ya se me había olvidado, cierto. Pues… pienso… No me gustan los cachivaches, y me compro lo que quiero. ¿Qué necesito? Nada ¿Qué quiero? 

Quiero que te vistas de mujer. Daniel sonríe. No me voy a poner tus bragas. Me río. No, te vas a vestir de arriba abajo, y luego salimos, así. ¿Quieres? Asiente con la cabeza.

Sé exactamente lo que quiero que se ponga. Mi fantasía es muy precisa, y él es el protagonista desde hace tiempo. No es que sea perfecto, es que mi fantasía se construye sobre él. 

Voy a buscar la ropa que quiero para ti, yo te maquillo. Vale, y se vuelve a su estudio a dibujar, con un vaso de whisky, será para la inspiración. Qué le vamos a hacer… Va con el puesto ¿conoces a algún artista que no tenga vicios? Son así, ninguno soporta la realidad. 

Al día siguiente, al salir del trabajo me escapo a un centro comercial con una idea clarísima de lo que busco. No será difícil. Sé sus medidas. En la planta de señoras, en tallas grandes, encuentro un traje de chaqueta de falda y pantalón de color gris claro, liso. La chaqueta corta y entallada, la falda es de tubo, por encima de la rodilla, con la consabida raja detrás. Cojo unas medias de la talla más grande. No, mejor hasta el muslo, sospecho que su 1,84 está al límite, y no quiero que se rompan, no antes de tiempo… Una camisa tipo ejecutivo, de un color beis, con escote de pico. Todo muy estándar, anodino, y muy ceñido. Me faltan los zapatos, de tacón alto, color crema. Encuentro una horma muy ancha, para que no lo pase mal.  Zapatos clásicos de señora, muy altos. 

Vuelvo a casa y expongo sobre la cama mis adquisiciones. Daniel las mira sin entender del todo cómo va a ser el resultado final, no se ve. Pero sé que no le desagrada la idea y que se atreve a salir con ello. Es un histrión disfuncional, saltarse los semáforos es lo suyo. 

Llegado el sábado, se levanta antes de las 12. ¡Milagro! Tiene barba de tres días. ¿Me la dejo para hoy? Me besa y se frota con ella en mi cuello, sabe cómo me gusta, aunque me queden marcas… No, aféitate, también las piernas. ¿Y el pecho? Pregunta riendo. El pecho no. Tienes que vestirte de mujer, no dejar de ser un hombre. 

Ya es hora de irse preparando para salir. Daniel sale de la ducha, con las piernas y la barba afeitadas. Se pone un slip y se va enfundando en las medias, las enrolla con cuidado antes, parece que las hubiera usado ya. Me mira y dice: me crie con tres mujeres… Ahora está de pie con la camisa, el slip y las medias puestas. Solo esto ya me da una idea de lo bien que va la cosa, y me muerdo los labios,  me pone caliente… Se pone la falda y se la cierra como si fuera suya. 

Escojo para mi algo masculino de mi ropero: un traje de raya diplomática azul marino, mocasines negros, y corbata (que también tengo una, granate), con el pelo suelto secado al aire, ondulado, y unos terribles pendientes de aro color cobre. Me pinto muy poco, el resto del maquillaje es para él.

Ya tiene los zapatos puestos, y la chaqueta. Pero se la quita mientras le maquillo, sentado en el baño. Sonríe con los ojos mientras le extiendo la base, le pinto las pestañas, un buen colorete para terminar. Se deja hacer como un chaval confiado. Encuentro un labial de un tono tostado que pega con su piel bronceada, uno de esos que compras por error y a ti te quedan de pena. Le cepillo el pelo. Lleva un desordenado flequillo y algo parecido a una media melena, rubio oscuro, capeada a navaja, como un roquero. Pero su pelo bien podría encajar con el peinado de cualquier mujer. Ya está. Le coloco unos pendientes de perlas blancas. Perlones demasiado grandes que yo no me pongo; a él con la cara más grande le quedan perfectos. 

Se levanta y se pone la chaqueta delante del espejo, mientras se mira a sí mismo con curiosidad. Intenta cerrarla con sus manos grandes y huesudas. Un detalle me faltaba, el esmalte de uñas. Le coloco en un instante un rojo oscuro (miro el nombre por curiosidad, hit, han dado en el clavo),  las limo un poco, porque él no hace eso, lamentablemente.

Ahora sí que sí. Vestido con discreción, como una mujer que va a la oficina. Pero todo destaca  sus rasgos masculinos: las piernas fuertes, los hombros anchos, el cuello, el vello en el pecho, los rasgos faciales, la piel. Sus ojos verdosos detrás del rimmel tienen un aire felino, mayor del que él proyecta de por sí. 

Le miro por detrás, el trasero bien marcado, y por delante sobresale el pene, enfundado en el slip. Todo exactamente como a mí me gusta…

Al final, decido calzarme unos buenos tacones bien sólidos, vista la estatura que él alcanza con los suyos. No puede haber tanta diferencia, estar más igualados hoy forma parte del juego.

Le dejo un bolso de bandolera tamaño cartera. 

Vamos allá.

Ya en la calle, algunos le miran dos veces, dudando de qué sexo es. No se las arregla mal con los tacones, tiene un aire un tanto pesado, impone mucho verle caminar con una cuarenta y cuatro con tacón. 

Cuando vamos a entrar en el local, tardan unos segundos en reconocernos en la puerta. Un día especial ¿eh? Un grupo de cuatro jovencitas reparan en nosotros, nos miran con curiosidad. Examinan a Daniel, como preguntándose de qué palo es y por qué estamos juntos. Si es mi amigo, mi amiga o de qué va esto. 

Entramos y pedimos algo para beber, nos sentamos a escuchar música y a charlar. Según me pongo a beber y a hablar con él, voy reparando en todos sus rasgos, resaltados con su vestimenta. No puedo quitarle los ojos de encima. Tengo unas ganas locas de besarle y de meterle mano. El me habla, y sus gestos son los de siempre: su forma de coger el vaso, de llevarse el aperitivo a la boca… Incluso su forma de sentarse le delata. Todo es absolutamente perfecto, incluso parece que se ha olvidado de que va vestido de mujer. Acaparamos muchas miradas. 

De pronto le pongo la mano en la rodilla, me mira y se ríe. Ya empieza el espectáculo ¿o qué? Debajo de la mesa se puede ver perfectamente por dónde va mi mano, que dejo plantada dentro de los muslos. Ahora no puedo llegar más lejos, pero tiempo habrá. Le rozo con los dedos, encima de las medias. La depilación no está mal. 

Daniel bebe un poco. Veo que su vaso se ha llevado algo de labial. No puedo evitar sentir envidia. Así que empiezo a comérmelo, así, con la mano debajo de su falda, palpando a través de las medias. Tengo ganas de avanzar pero no puedo. 

Seguimos así un rato. 

Las chicas de la fila, que antes nos miraban con intriga, están de pie al lado de la barra, y nos escudriñan y comentan algo. Parece que les hemos llamado la atención. Ahora creo que ya saben de qué va esto. 

Yo sigo volcada en Daniel, en ver cómo puedo sobarlo debajo de la mesa. Como no puedo meter la mano debajo de la falda, pues le toco por encima. Él se ríe y me retira las manos,  pero solo a ratos. Si no aguanta bien el tirón. 

Han pasado solo veinte minutos y se levanta para pedir otra bebida. Cuando se acerca a la barra, las chicas de antes lo rodean por ambos lados, a razón de dos y dos en cada costado. Una de ellas, se da la vuelta para mirarme, parece esperar que me moleste. El intercambia unas risas con ellas y vuelve a la mesa. La lideresa parece contrariada de no poder retenerle. Qué esperabas, zorrón. 

Le observo mientras camina hacia la mesa − el yeti no lo haría con más elegancia− embutido en una falda que con el calor empieza a resultarle incómoda. No oculto en absoluto que estoy orgullosa de tener a mi lado este magnífico ejemplar; además de la cintura que está demostrando. Exhibirlo es parte de mi juego. 

Daniel lleva la mitad de su segunda copa y yo he terminado la mía. Creo que es el momento de hacer la escapada que tengo prevista.

¿Por qué no te vas al baño? Le digo mirándole con picardía. Levanta una ceja y se ríe, como si accediese al capricho de una niña. Se levanta y desaparece en el los baños. Espero un par de minutos y detrás voy yo. 

Entro al baño de hombres, y no hay nadie más. Está apoyado en la encimera de mármol, con los brazos cruzados. Rápidamente me coge de la mano y nos metemos en una cabina, antes de que venga alguien. 

Le quito la chaqueta y la lanzo por encima de la puerta, donde se queda colgando. Me quito los pantalones y hago lo mismo. Él se dispone a quitarse la falda, pero yo lo paro. No, yo me ocupo. La cojo del borde inferior y la voy remangando  para descubrir sus piernas enfundadas en las medias color champán. Descubro hasta el vientre. Aprovecho para tocar todos los volúmenes por encima del slip, apretando con mis dedos aquí y allá, mientras me pego como una lapa a él. Él se deja hacer, atento, respira fuerte encima de mí. Entonces desabrocha mi camisa y mete las manos debajo de mi sujetador, sin retirarlo. Los dos hemos entendido el juego.

Lo siento en la taza, y me pongo a horcajadas sobre sus piernas. Cojo su cara, lástima de maquillaje. Meto los dedos dentro de su melena para controlarlo mejor. Él desde su posición tiene acceso a todo lo que quiere. Yo todavía no llego a lo que busco…. No le he dejado que se quite nada más, quiero ser yo quien lo manipule hasta el último detalle. Ahora ya voy al grano.  Agarro el borde superior de su slip y tiro de él hacia fuera, pero queda tirante y decido incorporarme sobre mis tacones para quitárselo por abajo. Si no, no llego. Me gusta contemplarlo sentado, con su polla erecta al lado de la falda, entre las medias. Qué visión. Me siento otra vez sobre sus piernas, mientras se la agarro con las dos manos, y vuelvo a su boca, ya embadurnada de carmín, tanto como la mía. Le abro la camisa femenina para descubrir su pecho. Pego mi boca a su pelo, a su cuello buscando olerlo. Prohibido usar perfumes hoy. 

Nos besamos, no puedo desear más su boca, sus pensamientos, quisiera meterme dentro de él.  Me echo para atrás para que alcance a chuparme los pechos, mientras le agarro del pelo. Le tengo que quitar la camisa: acaricio el torso, le abrazo y paseo mis manos por su espalda, meto mis dedos en sus axilas húmedas… 

Me despego de él despacio y le agarro la polla de nuevo con las dos manos,  contemplo su virilidad, las formas a su alrededor, todo lo que tiene preparado para mí. La acaricio, una y otra vez, con todos los dedos… Daniel vuelve a mi boca, pero le interrumpo para levantarme un poco y sentarme despacio encima de su polla. Ahora sí, bésame otra vez. Muerdo sus labios, su boca me vuelve loca, así toda pegajosa, restregada de carmín. Presiono mis caderas contra él, me muevo en pequeños círculos, él abre la boca y cierra los ojos, echa el cuello hacia atrás y dice me voy, mientras empieza a respirar jadeante. Le agarro de la cabeza y me disparo con él, sujetándole, sin dejar de mover mi pelvis en círculos…

Estamos sudorosos y llenos de restregones de color, mi camisa manchada. Hay un par de hombres en el baño, pero nos vestimos lo necesario y salimos a los lavabos. Nos miran y se sonríen. Nos lavamos un poco, me quito la camisa y la meto en el bolso, me pongo la chaqueta encima del sujetador, hasta queda bien. Él se vuelve a poner la camisa y se ajusta bien la falda. Yo me ocupo de maquillarnos de nuevo. Salimos del baño los dos juntos, sin ningún pudor. 

Nos sentamos a la mesa, queda el medio whisky de Daniel. Lo toma sin hielo, así que tal cual da unos sorbos. A nuestro alrededor nos miran y comentan. Se acerca un camarero y le pido algo de beber, algo pequeño pero fuerte. No quiero que beba más. Alguna vez he tenido que pedir ayuda para llevarlo a casa. Hoy no entra en mi plan de ninguna manera.

Cuando salimos no es todavía tarde, la una y media más o menos. La calle está llena de gente y volviendo a casa Daniel recibe no pocos piropos y algunas propuestas de hombres. Me agarra de la cadera para andar, pero da igual, sigue recibiendo miradas libidinosas y comentarios salidos de tono. Qué exitazo tienes. Se ríe y dice… ¡ya me conoces! Es pronto, nos podíamos haber quedado un poco más ¿no? No, respondo, tienes cosas que hacer en casa. Se vuelve despacio hacía mí, mordiéndose la lengua, cómo me gusta cuando hace eso… Te tomas algo más conmigo, y me lo vas a hacer como si me odiaras…

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