No voy a entrar en lo que se imparte hoy en los colegios. Mi educación sexual fue autodidacta. Educada en un internado católico, recuerdo que el libro de biología tenía cortadas de cuajo las páginas de la reproducción animal, y no digamos la humana. Hoy resulta tan ridículo contar esto. O quizás no tan ridículo. Disfrutamos de información y medios que no están disponibles para todos. Damos por hechas situaciones que solo con movernos unos miles de kilómetros cambiarían completamente toda nuestra vida.
Volvamos a mi etapa de colegio. Yo, curiosa como cualquier adolescente, empecé a hurgar en los cajones de casa. En un armario alto (destaco lo de alto) del salón encontré un libro de sexualidad de los años 70, grueso como lo era mi diccionario de latín, que estaba bastante bien escrito y explicado con bastante apertura, y donde todas las mujeres llevaban el mismo peinado Yoko Ono y flores en el pelo. Me resultó muy divertido leerlo. Esa fue mi instrucción teórica.
Volviendo a la educación en cuanto a sexo se refiere, pensando deprisa cuál es mi opinión sobre lo que se debe enseñar en los colegios… Sin duda se debe enseñar biología de la reproducción y el conocimiento del propio cuerpo, sin ideología, sin dar más orientación que prudencia, respeto e higiene. El estado debe informar sobre orientaciones sexuales, contracepción, prácticas sexuales y sobre libertad y respeto. Se debe enseñar a conocer el propio cuerpo y la dinámica física y emocional de la sexualidad.
Entiendo que la educación dentro de una ideología concreta se deja para casa, para la familia, con todos los peligros que ello conlleva, dicho sea de paso. Lo primero que enseñé a mis hijos de pequeños es que su cuerpo era suyo y nadie debía tener acceso a él contra su voluntad. Vivimos en una sociedad hipersexualizada donde para algunos las fronteras éticas parecen difuminarse, pero no, siguen ahí.
Recuerdo una campaña gráfica de publicidad pública en España que me gustó especialmente: se veían las piernas de dos adolescentes, chico y chica, por debajo de la puerta de un baño (supuestamente en el colegio o en un instituto), con los pantalones bajados y por tanto practicando sexo). El eslogan rezaba “Es divertido, pero no es un juego”. Creo que esto resume la filosofía de lo que creo se debe esperar de la educación: impartir conocimiento y advertir; y también enseñar a pensar, a instalar el espíritu crítico, para que todo lo que puedan absorber esos adolescentes a lo largo de su vida sea puesto en cuestión. Quizás piensen más adelante en su vida igual que a los 16 años. Lo dudo…
El sexo es divertido sí, pero no olvidemos las situaciones angustiosas que se atraviesan por él: problemas de identidad, inseguridades, enfermedades, embarazos no deseados. La naturaleza solo quiere que nos reproduzcamos, todos los demás accidentes que podamos tener los tenemos que resolver como seres humamos.
Recuerdo un capítulo de la serie norteamericana The middle, en la que el hijo mayor de la familia seguía lo que al parecer es un método de concienciar a los adolescentes sobre los embarazos no deseados: el chico adolescente tenía que hacerse cargo a sus probables 16 años de un muñeco llorón al que tenía que dar constantes cuidados y que le impedía llevar durante unos días su despreocupada vida de adolescente, lo que le provocaba finalmente ataques de ira… Buen método, parece. Por otra parte, independientemente de la posición que se tenga sobre el aborto, no es un plato de gusto.
En cuanto al papel de la familia, sí, corresponde a los padres educar en sus valores. Las familias inevitablemente transmiten una ideología, con su mismo comportamiento vital, si no lo hacen inculcando (¡qué palabra tan horrible!) sus ideas, las que sean. Yo misma he inculcado, sí inculcado, cosas de esas a mis hijos. Al final lo que creo que les ha quedado es el autorrespeto y el respeto hacia los demás… y bueno, después de haberles enseñado varias cosas, cuando han sido más conscientes (y yo también, de paso) les he dicho “os he enseñado esto, y ahora, pensad lo que queráis”.